Historia del Cómic (XIX). HISTORIAS DE LA HISTORIETA - UN MÁGICO CREADOR DE ENSUEÑOS: JOSÉ SANCHÍS
Cuando pienso en mi más tierna infancia, y hasta donde me llevan los recuerdos, vienen a mi mente, como destellos con miríadas de colores, las publicaciones que contenían aquellos cuentos que nos hacían soñar con las imágenes fantásticas que los ilustraban: reyes y reinas en suntuosos salones del trono fabulosamente decorados, palacios y castillos deslumbrantes, príncipes y princesas de rostros jóvenes y hermosos, virginales, puros, encantadores, que se amaban (platónicamente, claro, aunque al final, “se casaron, fueron muy felices y tuvieron muchos hijos”); también aparecían monstruos y dragones espantosos, gigantes barbudos y amenazadores; enanos cómplices, bufones o ayudantes de los “buenos”. Todo un derroche de arte, color, fantasía, imaginación y belleza, que generosamente se extendía por trajes, decorados y paisajes. Agradezco a mi añorado padre y su eterna compañera, mi madre, el que me hubieran hecho conocer, entre otros, este mundo mágico y fantástico de los cuentos y las leyendas, un universo que nos alejaba de la fea realidad de la vida cotidiana.
Y este mundo encantado lo encontrábamos también en el cine, en los dibujos animados de Walt Disney, y del inolvidable Arturo Moreno, el de Garbancito de la Mancha y tantas hermosas páginas de ilustraciones que nos deleitaban en numerosas revistas para los niños y jóvenes. De este último recuerdo que mis padres me llevaron a ver el film en un cine que se encontraba entre la Gran Vía de Fernando el Católico y las Torres de Cuarte, ya desaparecido hace tiempo, como desaparece todo lo que conocíamos y que se va difuminando en los meandros del pensamiento con el paso del tiempo. Y aún permanece en mi mente la impresión de miedo que me quedó en la escena en que Garbancito pasa de noche por un bosque en el que los árboles tienen ojos y cobran vida azotados por el viento. ¡Inolvidable, como la diabólica imagen de la bruja de Blancanieves!
Inolvidables, aquellos cuentos que tan bien sabían contar nuestras abuelas y nuestras madres de antaño, que conseguían hacer vibrar nuestro corazón y hervir nuestra mente exaltando nuestra imaginación ávida de aventuras, de imágenes y emociones. Pero ahora han sido reemplazados por la niñera moderna, la diosa televisión, que ha conseguido, con la complicidad de móviles, tabletas y juegos de vídeo, abrir una brecha, un abismo insondable entre padres e hijos, suprimiendo la comunicación dentro de la familia, con el consiguiente embrutecimiento de los diferentes miembros que la componen y la resultante alienación de las masas a los dirigentes de la sociedad que nos esclaviza.
Algo que nunca olvidaré, que me hizo viajar y soñar, fue un libro que me regalaron mis queridas tías Carmen y Fina y que fue nada menos que El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia. Nunca se imaginaron ellas que aquel fue uno de los regalos que más aprecié de su parte en aquellos tiernos años. Ya dijo Bruno Bettelheim que “para que una historia capte verdaderamente la atención del niño tiene que divertirle y despertar su curiosidad. Pero para enriquecer su vida es necesario también que estimule su imaginación, que le ayuda a desarrollar su inteligencia y a ver claro en sus emociones”. Estos requisitos los cumple la maravillosa novela de Selma Lagerloff, que tuve el gusto de leer varias veces, lo que ocurre con pocos libros.
Por supuesto, llega un momento en que, aparte de algunos libros del estilo de Nils Holgersson, ya no parece que nos vaya lo de leer cuentos, lo que es un grave error, pues la Literatura está llena de obras que se aparentan a los cuentos en algunos aspectos, como El Quijote, que leí poco tiempo después, Las Mil y Una Noches, así como los relatos de epopeyas y mitologías. Pero los “respetos humanos” hacen que uno tenga vergüenza de hacer cosas que algunos consideran impropio de su edad o de su educación, como leer cuentos o tebeos cuando ya se ha pasado la niñez, u otras cosas en aquella época de los años 40 y 50 del siglo pasado en España, como el barrer o planchar, que no se consideraba como “cosas de hombres”. Parece que en España vamos siempre de un extremo a otro… no sé si será la sangre… o la estupidez. En fin, algunos como yo no aceptábamos ese punto de vista y nos hacíamos los “provocadores” al leer tebeos a pesar de que algunos nos miraran con desprecio en el colegio. Y nos lo pasábamos muy bien. Incluso recuerdo, en cuarto curso de Bachiller (hoy ESO), que tenía yo un compañero de clase muy intelectual y con el que siempre hablábamos de Literatura, Filosofía y Poesía. Pero él no leía tebeos. Llegó a tener algunos leves problemas mentales y fue a ver a un psiquíatra… ¡que le aconsejó que leyera tebeos! Le fue bien.
Así, los tebeos, nuestros queridos tebeos, tomaron el lugar de los cuentos, haciéndonos soñar, viajar, imaginar.
Muchos son los que, con sus plumas y pinceles mágicos, me ayudaron a viajar en las alas de la imaginación, y los recuerdo con profundo cariño. Pero hubo uno de ellos que me transportó literalmente al mundo de los cuentos de antaño con su particular encanto: José Sanchís.
Y puedo hablar acerca de él con tanta más libertad cuanto que mis preferencias no iban hacia las historias humorísticas, sino las de aventuras. Aunque disfrutaba con la revista Jaimito y me encantaba la revista Pulgarcito, mis preferencias iban siempre a la aventura. Ya había visto historietas de Sanchís en Jaimito y otras revistas, pero un día, leyendo La Hora del Recreo, el suplemento infantil del diario valenciano Levante, que llegó a conocerse como “el Chispa”, a causa del éxito del personaje de Vicente Ramos, me fijé más precisamente en un dibujo diferente del que acostumbrábamos ver, con el personaje Gaspar. Era, sin embargo, un dibujo clásico, con claras evidencias de la influencia de Walt Disney y de Arturo Moreno, pero… ¡qué maravilloso descubrimiento! ¡qué sensación tan extraña de encontrar de repente el cordón umbilical que me unía de nuevo a mi infancia y a aquellos deliciosos cuentos de mi niñez!
Aquellos dibujos sobresalían para mí de entre todos los demás. Tenían algo particular, algo que no sabía entonces definir, pero que percibía mi intuición.
Lo que rápidamente llamó mi atención la primera vez que vi una historieta de Sanchís fue la gracia y finura de los personajes y los decorados, la sonriente alegría que irradiaba de todos ellos, como luminosos rayos de luz en medio de la oscuridad, como un vaso de agua fresca en medio del desierto. Allí se encontraba la luminosidad, la alegría de vivir, el humor desenfadado.
Caracteriza su estilo la soltura, la gracia, la sinuosidad sensual de las líneas y contornos, la belleza y la transmisión del ensueño. Todos los personajes evolucionan en las historietas con ritmo sostenido, ligeros, etéreos, graciosos, con ademanes justos. Todos están sonrientes (menos cuando les va mal, por supuesto), con graciosos mofletes de felicidad y extraordinarios y expresivos ojos grandes, siempre abiertos con curiosidad, interés y cariño hacia todo lo que observan. Son los ojos de los niños, ansiosos de conocer cosas, de comprender lo que les rodea, de seducir a los otros, ojos graciosos y acariciadores. Son los ojos de Sanchís.
página para nadar voluptuosamente entre todos esos personajes, objetos y decorados, participando en la vida que le ha dado su creador para nuestro deleite y el suyo. Con él viajamos al universo mágico del sueño, la fantasía y la aventura. Los que hemos permanecido niños en nuestro corazón, a pesar de la edad, o gracias a ella, apreciamos su mundo de personajes cariñosos. Es particularmente cierto de todos sus personajes, y sobre todo del famoso Pumby. Si Walt Disney creó un ratón, Sanchís creó un gato. Y me quedo con el gato.
Pumby se describe como “el gatito feliz”, un gato negro con un gran cascabel y pantalones cortos. Como compañera de aventuras tiene a Blanquita, que, como su nombre indica es una gatita blanca. Se empezó a publicar en la revista Jaimito, en 1954, pero ya tuvo su propia publicación con su nombre en 1955. En 1959 apareció Super Pumby, que adquiere superpoderes cuando bebe zumo de naranja. En esta serie, Sanchís nos hizo viajar por las profundidades de las galaxias, en mundos imaginarios y entre seres extraños, para unir los cuentos con la ciencia ficción.
El éxito fue inmediato y se prolongó durante años, hasta 1983. Mientras tanto, creó otros muchos personajes, todos con gracia y simpatía, como El Machote, El Capitán Mostachete, Robín Robot, Gaspar, y El Soldadito Pepe. Todos ellos nos seducían, nos encantaban. Y con ellos, Sanchís tocaba todos los géneros, con humor, con su gracia habitual, con su sentido de la narración de aventuras en tono humorístico, con su fabulosa imaginación.
El Capitán Mostachete nos traslada a la época de los Mosqueteros, recordándonos a
Alejandro Dumas, pero también al Espadachín Enmascarado de Manuel Gago, incluso a las leyendas del rey Arturo, puesto que se pone en escena al mago de Coz, que hace alusión a Merlín el Mago, y al mago de Oz.
Con su obra, José Sanchís nos hizo soñar. Nos hizo reconectar con los cuentos de nuestra infancia, con la imaginación, con la felicidad. Permanece en el recuerdo la gracia, la belleza, la amabilidad, la alegría de vivir, la imaginación. Agradecemos la radiante luz del ensueño que supo transmitirnos y que permanece para los que aún lo apreciamos.
Agustín Riera
Referencias
J. Sanchís, su vida y su obra. El Boletín, 1990.
El Soldadito Pepe. Los Archivos El Boletín nº 6. Prefacio de Antoni Arigita. El Boletín, 1994
El Capitán Mostachete. Los Extras de El Boletín nº 3, 1996.
Pumby, la fantasía infinita. Antonio Busquets. Diputación de Valencia, Museo de Etnología, 1998.
Tebeos en Jauja. La historia del tebeo valenciano. Pedro Porcel Torrens. Ediciones de Ponent, 2002.
Viñetas a la luna de Valencia. Historia del tebeo valenciano, 1965-2006. Álvaro Pons, Pedro Porcel, Vicente Sorní. Ediciones de Ponent, 2007.
Pumby Archivos. Dolmen Editorial, 4 tomos, 2018.
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Historia del Cómic (IV): Guillermo el Travieso y otras bandas.
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